sábado, 10 de marzo de 2012

La reconversión del idealismo socialista de los Kibbutz israelíes

Los Kibbutz –pequeñas comunidades agrícolas e industriales de inspiración socialista- supusieron en el pasado uno de los elementos fundamentales para la creación y desarrollo del Estado de Israel. Fueron claves para acoger y dar empleo a los recién llegados, fijar las fronteras del país y formar prestigiosas unidades de las futuras Fuerzas Armadas. Actualmente, tras sobrevivir a una profunda crisis económica y de valores, siguen adelante con diversos sistemas gracias a un proceso de readaptación a los nuevos tiempos.

Empleado de la industria siderúrgica del Kibbutz Ginnosar. Foto: Oliver de Ros

Ofer Laszewicki – Tel Aviv

“Recuerdo cuando Gorbachov vino de visita al Kibbutz Ein Gedi. En principio iban a ser tan solo veinte minutos, pero acabaron siendo más de tres horas. Fascinado, dijo al final: esto es precisamente lo que queríamos hacer”. Con estas palabras, Muki Tsur, prestigioso historiador y ex secretario del Movimiento Kibbutziano, explicó a un servidor una de las múltiples anécdotas que sirven para entender un modelo de socialismo real llevado a la práctica, a diferencia de las políticas autoritarias perpetradas bajo una etiqueta similar en distintos rincones del planeta.

Los pioneros del movimiento, jóvenes sionistas y profundamente idealistas llegados a principio de siglo XX, creyeron que el establecimiento de una estricta política comunitaria era la solución adecuada para crear los cimientos del futuro estado que tanto soñaban. Así, en 1910, se fundó la primera comunidad en el norte de Israel, Degania, creada gracias a la sangre, sudor y lágrimas de gente que logró establecer áreas de cultivo y aprender a defenderse en una región hostil. Desde entonces, y en diferentes periodos de tiempo, se fueron estableciendo nuevos kibbutzim –hoy existen 273- a lo largo y ancho del territorio, la mayoría en zonas deshabitadas y poco adecuadas para el cultivo. Sus miembros procedían, en su mayoría, de movimientos sionistas de la diáspora, con la meta de establecer una sociedad equitativa y justa y con la predisposición a trabajar para el crecimiento de la comunidad.

Muki Tsur, ex secretario del Movimiento Kibbutziano. Foto: Oliver de Ros
Pese a las especificidades de cada caso, la mayoría de Kibbutzim están formados por múltiples casas unifamiliares, escuelas y guarderías propias, comedores públicos y, dependiendo del caso, refugios comunes. A su alrededor, se extienden hectáreas de tierras de cultivo, granjas, invernaderos, fábricas y almacenes. Anteriormente, todos los miembros de la comunidad trabajaban únicamente dentro de la misma y todos los beneficios eran destinados a un fondo común. La gestión y las decisiones se tomaban en asambleas generales, que en ocasiones suponían largas discusiones interminables. Únicamente recibían dinero extra para necesidades imprescindibles, ya que todos los servicios estaban subvencionados. Los niños vivían durante la semana en un colegio internado, las comidas se servían a ciertas horas en los comedores e, incluso, la ropa era compartida en los inicios. De echo, Muki Tsur conserva la etiqueta con su nombre en la camisa que viste, uno de los primeros momentos en que un bien común pasó a ser privado. Explica con humor lo extraño que se le hacía a una familia alemana rica ceder todas sus prendas lujosas para que las vistieran otros.

Según Manolo Topel -investigador de la evolución de la historia de los Kibbutzim del centro de documentación de Yad Tabenkin, en Ramat Ef’al-, en los años veinte la mayoría de la población no creía en la viabilidad de este proyecto comunitario. Se trataba de poblados muy cerrados y distanciados de las urbes nacientes, con sistemas de producción y funcionamiento radicalmente diferenciados del resto. No obstante, tras un periodo de constantes hostilidades por parte de la población árabe autóctona, empezaron a hacerse fuertes y su prestigio empezó a extenderse. De echo, en el seno de estas comunidades nació el Palmach, una unidad militar fundamental de las milicias judías en la que militaron personajes como Moshe Dayan, Ygal Alón o el Primer Ministro asesinado Ytzak Rabin, entre otras múltiples personalidades influyentes del estado hebreo. Topel afirma que pasaron a ser un “ejemplo” desde entonces y llegaron a albergar un 7% de la población total de Israel. También tomaron el rol de defender y establecer las futuras fronteras del país. Además, ejercieron una labor clave en la acogida de los judíos que huían desesperadamente de las barbaridades del régimen nazi en Europa.

Poco después de la consolidación del estado, varios factores de distinto grado empezaron a torpedear el modelo establecido. Con la llegada de las olas de inmigrantes judíos procedentes de los países árabes, el presidente Ben Gurion exigió que los Kibbutz contrataran “asalariados” de fuera, en un intento de extender una “política estadista y unificadora”. Además, Topel afirma que la “gente de abajo lo quería hacer más liberal”: recibir diarios que no fueran exclusivamente del Movimiento, poder disfrutar de las comidas en casa o lograr que los niños durmieran en sus hogares. Esto se logró, tal como explica satíricamente Tsur, “gracias a Sadam Hussein”. Por el temor a que el dictador iraquí bombardeara Israel, familias de cuarenta Kibbutzim tomaron a sus hijos de los internados y el ejemplo se extendió rápidamente.

Camionero en el Kibbutz Ha'Hoterim. Foto: Oliver de Ros

A su vez, surgió un cierto individualismo que dificultaba el mantenimiento del modelo estrictamente igualitario. Por ejemplo, Ricardo Trumper, del Kibbutz Ha’Hoterim –ubicado en la periferia de Haifa- es profesor de Física, ha ejercido de director de una escuela y profesor de universidad y durante ciertos periodos ha combinado oficios que le ocupaban casi toda la jornada. A pesar de su enorme esfuerzo, recibía un beneficio poco diferenciado al de un jornalero o “alguien con pocas ganas de trabajar”. Otro caso explica la inevitable introducción de la propiedad privada: hasta los inicios del presente siglo, solo podían disponer de vehículo propio en Ha’Hoterim los miembros con cargos relevantes. Un día, un particular decidió entrar con su coche recién comprado y, desde entonces, se abolió la norma.

Hubo un momento histórico que marcó un antes y un después: el ascenso de la fuerza derechista Likud al poder en el 1977. Hasta la fecha, Israel estaba gobernado por el Mapai –más adelante denominado Partido Laborista-, que mantenía una relación favorable con el Movimiento Kibbutziano. Desde la llegada de Menachem Begin, los asentamientos en los territorios ocupados ganaron protagonismo y el contacto con el gobierno pasó a ser prácticamente inexsitente. A su vez, el país vivió una profunda crisis económica y una enorme inflación que los Kibbutz no pudieron soportar. Se vieron obligados a pedir créditos a los bancos, que según Tsur, “no entienden de ideología socialista”, y se deuda alcanzó cifras astronómicas. Topel define el panorama a mediados de los ochenta como una “situación terremoto”: las cooperativas de producción formadas entre varias comunidades se desmoronaron, la deuda las ahogó y su potencial de producción quedó bajo mínimos.

La "situación terremoto" cambió el modelo productivo del Kibbutz Ha'Hoterim. Foto: Oliver de Ros

Como era previsible, la “influencia del mundo exterior” era cada vez mayor y los jóvenes se empezaron a sentir atraídos por un estilo de vida urbano en detrimento del trabajo agrícola e industrial clásico. La globalización, definitivamente, creó más oportunidades y necesidades difícilmente asumibles por el modelo comunitario. Como explica Tsur, un joven vecino suyo propuso que quería recibir una paga extra para comprarse un violín y ser músico. “¿Cómo establecíamos que eso era una necesidad o no?”, cuenta con un cierto tono crítico. Obviamente, la solución más fácil era salir a la ciudad, trabajar por cuenta propia y gozar de las necesidades y caprichos de uno mismo libremente.

Técnicos de una granja del Kibbutz Ginnosar. Foto: Oliver de Ros
Todas estas dificultades cambiaron drásticamente la concepción del modelo tradicional y obligaron a introducir cambios para evitar un final precipitado de muchas comunidades. El Comité Ben Rafael, formado por el profesor Eliezer Ben-Rafael y diversos investigadores y historiadores del Movimiento, redefinió el concepto de los Kibbutz, dividiéndolos en tres ramas distintas. En primer lugar, los Kibbutz Colectivos, que son los que lograron afrontar con solvencia la crisis económica gracias a sus potentes industrias que les reportaban cuantiosos beneficios. Por ello, siguen con el mismo funcionamiento que antaño, ya que disponen de fondos suficientes para ello. Es el caso, por ejemplo, del Kibbutz Mishmar Ha’emek, cercano a la ciudad de Afula. La industria plástica Tama, con sede en diversos lugares del planeta, ayuda en gran parte a mantener su buen status económico. Lidya Aissenberg, periodista, educadora social y veterana de la comunidad afirma que “gracias al mantenimiento de éste modelo puedo seguir con mis proyectos educativos, que en realidad me aportan muy pocos beneficios. Pero el valor de mi tarea va más allá del dinero, sirve para mantener vivos los valores tradicionales del Kibbutz de educar a las nuevas generaciones”.

La segunda modalidad son los denominados Kibbutz Renovados, que conforman la gran mayoría. Debido a su debilidad financiera, se eliminaron los subsidios de todas las necesidades básicas y cada familia pasó a hacerse cargo de sus cuentas. Generalmente mantienen hectáreas de cultivo o pequeñas industrias, pero no son suficientes para cubrir todo el gasto. La única herencia estrictamente comunitaria que mantienen es la denominada “cuota de seguridad”: cada individual aporta un 10% de su salario para un fondo común que sirve de seguro por si algún miembro sufre una mala situación económica. El hecho de cada miembro pasara a controlar su dinero propicio situaciones curiosas como la de Irene Melikovsky, del Kibbutz Mishmar Ha’Negev (Beer Sheva), quien afirma que “aprendí a hacer cheques y facturas tan sólo cinco años atrás. Antes no hacías absolutamente nada relacionado con las cuentas”. Por último, se empezaron a extender recientemente los Kibbutz Urbanos, pequeñas comunidades cercanas a las grandes urbes que básicamente dedican su actividad a tareas de educación social.

Ganadero ordeñando una vaca de la granja del Kibbutz Ginnosar. Foto: Oliver de Ros

Todas estas modificaciones generaron a mediados de los noventa distintas tesis y posibles soluciones sobre como afrontar la difícil subsistencia del modelo socialista en el seno de una sociedad plenamente occidental y capitalista. Ben-Rafael definió en su libro “Revolución no total” tres preguntas que debía responder todo “kibbutznik” (miembro de un Kibbutz) para definir adecuadamente el carácter de su comunidad: ¿donde está el límite entre el hombre individual y la comunidad?, ¿que tipo de empresa somos? y ¿qué relación queremos con el exterior?.

Plantación de plátanos del Kibbutz Ha'Hoterim. Foto: Oliver de Ros
Topel se mantiene reacio a definir todos estos cambios como una “privatización generalizada, ya que de hecho no es eso. Las empresas no se vendieron y, pese a todos los contratiempos, todos los Kibbutz siguen en pie”. Las modificaciones generales que en su criterio se han producido en el modelo de gestión de las tres modalidades se resumen en un cambio de sistema directivo, que se basa en un grupo de tecnócratas especializados en cada campo en lugar de la asamblea multitudinaria tradicional; la privatización del trabajo y la educación, ya que “se recibe dinero de fuera”; y la desaparición de “la muralla con el exterior”, que se entiende con ejemplos como que jóvenes de fuera vienen a las escuelas o las piscinas de los Kibbutzim.

Curiosamente, en los últimos tiempos se está produciendo una tendencia inversa a la que propició el declive demográfico de los años ochenta en los Kibbutzim. Algunos jóvenes que en su día salieron a vivir a la ciudad están volviendo a sus lugares de origen, y en varios casos, como en Mishmar Ha’emek o Mishmar Ha’Negev, se están construyendo nuevas urbanizaciones dentro de la comunidad para acoger a las oleadas de “nuevos vecinos” que se instalarán. A su vez, sigue existiendo el interés de jóvenes de alrededor del mundo para pasar unos meses en el Kibbutz y aprender a trabajar según su metodología en la agricultura, la ganadería o la industria. Es el caso del italiano Andrea, quién vino para trabajar durante dos meses en una comunidad cercana a Eilat.

Y, en algunos casos, la convicción por mantener vivo el espíritu del Movimiento ha llevado a algunos jóvenes a formar grupos de estudio para debatir y proponer nuevas ideas con la intención de trasladarlas al resto de la sociedad. Hace una semana se celebró en el Kibbutz Ginnosar -a orillas del Lago de Tiberias- el aniversario de la fundación del museo en recuerdo a Ygal Alon –reconocido “kibbutznik”, militar y político- fecha en la que decenas de jóvenes de todo el territorio acuden con sus camisas azules para debatir fervientemente sobre asuntos de vital importancia del país, como el futuro de los Kibbutzim o las Fuerzas Armadas, entre otros. Según Tsur, que mantiene un estrecho vínculo con las nuevas generaciones, este ejemplo supone una evidencia de que siguen existiendo idealistas como los de antaño y, gracias a ellos, el Movimiento Kibbutziano, con más de cien años de historia a sus espaldas, seguirá existiendo pese a todas las dificultades vividas.

Vista aérea de las escasas industrias que se mantienen en el Kibbutz Ha'Hoterim. Foto: Oliver de Ros

1 comentario:

  1. Molt interessant!! Tenia molt pocs coneixements sobre el moviment kibutzià per no dir nuls coneixements! Per altra banda, no tenia ni idea que fa més de 100 anys que s'esta tirant endavant aquest model agricola-socialista.. impressionant! :)

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