Ofer Laszewicki – Jerusalén
Udi Gur explicando a los asistentes las consecuencias de la ocupación cerca de Belén. Foto: Oliver de Ros |
Tras darse cuenta que el ciclo de violencia y el espíritu de venganza que impregna el conflicto entre israelíes y palestinos solo servía para agravar aún más el odio y el distanciamiento, hombres y mujeres de ambos bandos decidieron unirse, eliminando miedos y prejuicios, para iniciar una lucha pacífica y concienciar a los suyos de lo necesario que es lograr la paz definitiva. Son los “Combatants for Peace” (CFP), una ONG formada por personas que han vivido, participado y respaldado el uso de la violencia y que, tras comprobar de primera mano sus dramáticas consecuencias, abandonaron el uso de las armas. Unos la vivieron como jóvenes soldados involucrados en disturbios, detenciones, represión en manifestaciones o protegiendo a colonos en los Territorios Ocupados; otros, como miembros de las milicias palestinas lanzando piedras, cócteles molotov y, en algunos casos, planeando atentados terroristas contra civiles en territorio israelí.
Sus reivindicaciones básicas son claras: detener la espiral de violencia, poner fin a una ocupación que condena al pueblo palestino a unas condiciones de vida insostenibles, la creación de un Estado Palestino en las fronteras previas al 1967 con Jerusalén Este como capital y, fundamentalmente, extender el mensaje entre ambas sociedades de que la lucha no violenta es, en su criterio, la única opción para lograr estos objetivos. CFP se fundó en 2005 y, desde el principio, quiso constituirse como una organización binacional. Como era de esperar, el primer contacto entre ex soldados y antiguos milicianos no iba a ser fácil. “ La primera vez que me reuní con CFP no estaba confiado. Cuando crucé la línea verde sin el jeep militar, temía por mi vida. He estado educado creyendo que los palestinos pasan todo el tiempo montando bombas. Además, me di cuenta que ellos también estaban asustados, ya que según me contaron creían que era de los servicios secretos”, relata el ex soldado Zohan Shapira en su historia sobre los motivos que le empujaron a unirse a la organización.
Para propagar su ideario, CFP organiza constantemente actividades para públicos diferentes. Los denominados “house-meetings”, encuentros en casas particulares o locales para fomentar el diálogo entre israelíes y palestinos; lecturas públicas en universidades y escuelas y talleres de trabajo para conocer al detalle las distintas narrativas del conflicto; estableciendo “grupos mediáticos” para que su mensaje influya en ambas sociedades y en el resto del mundo; y visitas cuidadosamente preparadas para profesores, estudiantes, activitas o periodistas en distintas áreas de los territorios ocupados (Belén, Nablus y Jerusalén Este principalmente), que acaban suponiendo la mejor herramienta para que israelíes y extranjeros comprueben con testimonios directos las consecuencias de la separación, la ocupación y la creciente colonización en Cisjordania.
Muro que separa la colonia de Har Gillo de al-Walajah. Foto: Oliver de Ros |
En una de estas expediciones en el área rural entre Jerusalén y Belén, tuve la ocasión de conocer a Sheerin Alaraj, componente palestina de CFP con residencia en la aldea de al -Walajah, en la que según cuenta se concentra “todo lo que oís” sobre la ocupación: el enorme muro de hormigón se erige ante su jardín, tiene a pocos minutos uno de los “checkpoint” más conflictivos y restrictivos de la zona, un asentamiento de colonos a tiro de piedra, manifestaciones de activistas todos los viernes y, por supuesto, muchos momentos de violencia y tensión. Su historia personal es chocante: su familia tuvo que vivir en una cueva durante doce años tras ser expulsados de su casa y tuvieron que pasar un arduo proceso judicial para finalmente lograr una vivienda.
En poco tiempo, el muro de separación acabará aislando su aldea del resto de las áreas por las que pueden circular palestinos, por lo que las consecuencias económicas y humanas se prevén “desastrosas”. “Si se hubiera construido sobre la línea verde, no me importaría, ya que es vuestra tierra”, comentó llena de rabia y dolor tras mostrar diversos terrenos privados de palestinos anexionados por Israel tras la construcción del muro. “Si todo este dinero –refiriéndose a la enorme inversión económica llevada a acabo para construir carreteras separadas, muros, túneles y nuevas viviendas- se dedicara a territorio israelí o a iniciativas de paz no sabéis todo lo que ganaríais”, afirmó ante la mirada atenta y silenciosa de un grupo de profesores y estudiantes judíos.
Sheerin Alaraj mostrando las obras que se están llevando a cabo en la casa de Omar. Foto: Oliver de Ros |
Alaraj cree que los Acuerdos de Oslo “es lo peor que pudimos aceptar, ya que supusieron un proceso de colonización que parece no tener límites”. A su vez nos contó el caso de Omar, veterano residente de las afueras de la aldea que, en breves, vivirá rodeado por un muro que rodeará su casa y que, según cuenta, costará cerca de cinco millones de shekels, casi un millón de euros. Además, se tendrá que construir un túnel para conectarlo con el pueblo y así evitar el contacto con los colonos que viven a pocos metros. “Este muro no servirá para nada, por esa parte hasta se podrá saltar”, exclamó con indignación. A pesar de las penurias vividas, Alaraj muestra un gran respeto por la experiencia del pueblo judío, “que tras 3.000 años de persecución y aniquilación logró reagruparse en su tierra natal”. No obstante, matizó que no puede celebrarlo mientras siga existiendo la ocupación sobre su pueblo y su gente.
El hijo de Omar ante el trazado original de la línea verde. Foto: Oliver de Ros |
Poco después se celebró en el Hotel Everest, en la misma región, un coloquio entre los miembros palestinos e israelíes conjuntamente con los participantes de la expedición. El palestino Raied Atiya tomó la palabra para explicar su experiencia. En su día perteneció a una familia rica con tierras, tractores y un espacioso hogar. Al perder sus pertenencias tras la ocupación, su familia se estableció en un campo de refugiados. “Tras oír las historias de mi padre, empecé a odiar profundamente a todos los israelíes”. Por ello, a principios de los ochenta se unió a la juventud de Al Fatah y, en la Primera Intifada, “fui el primero en luchar contra los soldados, los colonos y los civiles. Por ello, pasé a estar en la lista de los más buscados y el ejercito israelí me persiguió constantemente”.
Pasó cinco años de pena en prisión. A su salida, empezó a involucrarse en proyectos educativos, pero cuando estalló la Segunda Intifada se metió de nuevo en la lucha armada y volvió a ser encarcelado. Entre los años 2003 y 2005 nació la corriente de la resistencia popular no violenta y se unió progresivamente. Para Atiya comunicarse con israelíes “era cruzar una línea roja”, pero un hecho cambio su percepción: durante una marcha empezaron los disturbios, le empezaron a golpear pero rápidamente se formó un cordón humano a su alrededor para protegerle. Pensó que serian europeos, pero al preguntar sus nombres y ciudades de origen, muchos procedían de Haifa, Tel Aviv y demás ciudades del otro lado del muro. Al principio dudaba si eran infiltrados o no, pero empezó a verlos con asiduidad en las protestas semanales en Bi’lin. “Me hizo repensar todo lo que creía hasta entonces, fue un paso muy difícil”, contó con tono emotivo. Aceptó unirse a CFP y dejar atrás su pasado violento. Poco después, empezó a comprender la narrativa del otro bando: “Conocí las consecuencias del holocausto desde un punto de vista radicalmente diferente, de un judío que perdió toda su familia. Entonces comprendí su sufrimiento como pueblo y porqué tienen tanto miedo por su futuro”.
Raied Atiya explicando sus vivencias ante la atenta mirada de una mujer israelí. Foto: Oliver de Ros |
En el debate, no obstante, saltaron a la vista las distintas percepciones existentes sobre el conflicto y las actividades de CFP. Uno de los asistentes preguntó porqué no se manifestaban contra los continuos lanzamientos de proyectiles desde la Franja de Gaza contra territorio israelí del mismo modo que si hacen constantemente contra la ocupación. Udi Gur, uno de los ex soldados y organizador de la visita, contestó que “nosotros nos oponemos a todo tipo de violencia. Cuando ocurrió los sucesos de Itamar –en que cinco miembros de una familia de colonos fue asesinada a cuchillazos por palestinos-, enviamos una carta pública de repulsa. Pero considero que Israel está en una posición de poder sobre los palestinos y la violencia en el área de Gaza es en parte respuesta a eso” argumentó Gur ante la mirada recelosa de algún asistente.
Las diferencias también se hicieron patentes en la visibilidad que tienen las iniciativas pacifistas en ambas sociedades. Una asistente expresó su alegría al conocer los testimonios de los palestinos que abandonaron las armas, pero se lamentó de que “solo os escuchó a vosotros, y no sé si sois muchos o no. A nosotros nos acostumbran a llegar los mensajes de aquellos que quieren destruirnos”. Nafe Issa, ex combatiente palestino, afirmo “que a nosotros nos pasa igual. La mayoría de lo que oímos y vemos son mensajes agresivos de Netanyahu o Lieberman, soldados, colonos y checkpoints. Pero te aseguro que cada vez hay más gente que cree en la vía pacífica, tratamos de concienciar a los jóvenes ya que ahora tienen la posibilidad de conocer a israelíes y sentirse más cercanos”, concluyó. Finalmente, las leves discrepancias se endulzaron con un delicioso “knafe” (dulce árabe), un poco de café y un caluroso saludo entre todos los presentes.
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