Ofer Laszewicki – Tel Aviv
Alumnas del instituto de Baqa al-Gharbiya leyendo un ejercicio en inglés. Foto: Oliver de Ros |
“Aunque vivimos pegados unos con otros, nuestras comunidades siempre han vivido separadas. Y esto es lo que deseamos cambiar”, declaró Nazia Masrawa, alcalde de la aldea árabe de Kfar Kara, tras firmar el acuerdo de “Comunidades Compartidas” promovido por el el Centro Educativo Givat Ha’viva con el dirigente del pueblo judío de Pardes Hanna-Karkur. En esta breve cita, Masrawa se hace eco de un caso que se puede extrapolar al resto de la sociedad israelí: la escasa o nula interacción entre judíos y árabes, que viven juntos en el mismo territorio pero rehuyen el contacto directo, en muchas ocasiones influenciados por los miedos y los prejuicios establecidos y porqué, pese a tener raíces muy cercanas, tienen tradiciones y formas de vida muy distintas.
La población árabe con residencia en el Estado hebreo conforma alrededor del 20% de la población. Generalmente, prefieren definirse como “palestinos con ciudadanía israelí”: en su mayoría son familias que decidieron permanecer bajo las fronteras del recientemente fundado Estado de Israel tras la Guerra de la Independencia, que para los palestinos supuso la “Nakba” (día de la catástrofe). Pese a que sobre el papel gozan de los mismos derechos que sus conciudadanos judíos –acceso a educación pública, sanidad, una situación económica estable, representación política en la “Knesset” e incluso un juez en la Corte Suprema, Salim Joubran-, muchos sienten que son discriminados por el Estado en diversos aspectos. “Cuando salgo al extranjero con mis compañeros judíos, soy al único al que detienen y no paran de preguntar porqué viajo”, exclamó Farhat Agbaria, educador del centro, durante un discurso público a un grupo de estudiantes alemanes en la librería de Givat Ha’viva. Las dificultades las encuentran sobre todo al pedir permisos de construcción de nuevas viviendas, que no suelen recibir. Por ello, muchas casas se construyen ilegalmente: el panorama de los poblados árabes suele estar plagado de construcciones grises e incompletas, amontonadas y desordenadas, que se construyen poco a poco según las posibilidades de cada familia.
Su principal inconveniente, no obstante, es la ausencia de elementos o insignias con las que identificarse con el estado hebreo. De hecho, el juez Joubran fue noticia recientemente por ello: se negó a levantarse y cantar el himno nacional en la ceremonia oficial de despedida de la anterior presidenta de la Corte Suprema, Dorit Beinisch, ya que como muchos de los suyos no se siente representado por la narrativa sionista que contiene el himno. Otro importante factor divide a ambos segmentos de población: los árabes no están obligados a servir en el ejército y, solo en contadas ocasiones, se han dado casos en que se han ofrecido voluntariamente para enrolarse en las fuerzas armadas.
En la región del valle de Wadi Ara –situada entre Hadera, Afula y fronteriza con Cisjordania- hay una gran presencia de pueblos y ciudades árabes que, en el pasado más reciente, protagonizaron importantes incidentes. Por ejemplo, la ruta 65, ubicada en el corazón del valle, fue cortada varios días al inicio de la Segunda Intifada porqué jóvenes de la urbe de Um al-Fahm apedrearon vehículos de israelíes que circulaban por la carretera. O el cruce de Megido, que alberga un monumento en recuerdo a las diecisiete personas que perdieron la vida a causa del terrorista palestino que cruzó sin problema alguno a territorio hebreo y se inmoló en un autobús de la compañía Eged. Es precisamente en esta conflictiva área donde está ubicado el Campus de Givat Ha’viva, que desde hace décadas lleva realizando un importante trabajo sobre el terreno para acercar posiciones entre comunidades que, pese a vivir codo con codo, apenas se conocen.
Givat Ha’viva se fundó en el 1949, poco después del nacimiento de Israel, y adoptó el rol de Centro Educativo Nacional del Movimiento Kibbutziano. El campus fue bautizado en honor a la combatiente judía eslovaca Haviva Reik, que tras emigrar a lo que sería el futuro Estado hebreo, volvió a Europa para unirse al ejército británico durante la II Guerra Mundial y luchar como paracaidista en la retaguardia de las tropas nazis, además de ayudar a la resistencia judía en Checoslovaquia. En sus inicios, empezó funcionando como un centro educativo, pero ya en los sesenta empezó a redefinirse y adoptar un papel destacado en la lucha por la convivencia y la integración de árabes y judíos, en una época agitada por las múltiples contiendas entre Israel y los países colindantes. “Estuvimos en la primera línea de la lucha para acabar con el gobierno militar que impedía la libre circulación de los árabes dentro de Israel”, recuerda Riad Kabha, director del Centro Judío-Árabe por la Paz, uno de los organismos esenciales del campus.
Amram Etti y Lydia Aissenberg debatiendo. Foto: Oliver de Ros |
La actividad de Givat Ha’viva se divide en múltiples proyectos, llevados a cabo en distintos lugares y bajo distintos métodos de dirección. Uno de los platos fuertes se concentra en el Centro de Arte, dirigido por la maestra judía Amram Etti. En los últimos años, la institución inició con éxito el proyecto “A través de los ojos del otro”: un curso intensivo de fotografía que une cada año a niños árabes y judíos de escuelas del distrito. No hay que olvidar que, pese a escasas excepciones, la educación de ambos sectores de población está totalmente separada, y solo coinciden en las aulas de las facultades universitarias los que prosiguen con sus estudios. Según Etti, esta iniciativa permite “empezar a forjar puentes”, ya que los participantes aprenden, cámara en mano, desde el mismo punto de partida: sin diferenciaciones y con los mismos derechos para mejorar su técnica fotográfica.
Aún así, la actividad no se limita a darle al “clic”. El objetivo es ir más allá: que los padres también se involucren y se empapen del espíritu integrador del curso. Por ello, los participantes “entran en las casas de sus compañeros” para presenciar con sus propios ojos como viven “los otros”. A raíz de esta idea, se inició también un curso intensivo de cortos cinematográficos, que en una semana aportan a los participantes las herramientas necesarias para realizar una breve cinta sobre la rutina diaria en los pueblos de Wadi Ara. El ambiente de fraternidad que se creó propició que la última promoción viajara a Nueva York “como un solo grupo homogéneo” para hacer un campus intensivo. De hecho, muchos mantienen su amistad desde entonces e, incluso, existen dos parejas mixtas surgidas tras el periodo de convivencia.
Lydia Aissenberg. Foto: Oliver de Ros |
En el proyecto, no obstante, existe un segundo grupo diferenciado, formado exclusivamente por mujeres. Lydia Aissenberg -educadora del centro y periodista- lo justifica porqué “las mujeres árabes se sienten reprimidas en sus casas. Ante la presencia de hombres, no se sienten en libertad para expresar sus inquietudes, y por ello decidimos crear un grupo exclusivo para mujeres árabes y judías”. Para muchas de ellas, es la primera vez que exteriorizan sus sentimientos con libertad, echo que queda plasmado en sus instantáneas: se nota que tienen un enfoque íntimo, detallado y personal, con una perspectiva claramente diferenciada de la de los miembros masculinos del otro grupo. Lo mismo ocurre la primera vez que ponen las manos sobre el barro en el taller de cerámica del centro, en el que pulen bellos jarrones sin tener experiencia previa en la materia. No obstante, una de las iniciativas más efectivas es el taller de cocina. En este terreno, la mayoría de mujeres se desarrollan con soltura y la interacción existe desde el primer encuentro. “Es increíble. Ver como se meten juntas en las cocinas, intercambian sus trucos y rápidamente establecen un potente vínculo emocional. De hecho, próximamente publicaran un libro con sus recetas”, cuenta con orgullo Etti.
Maestro del taller de cerámica de Givat Ha'viva. Foto: Oliver de Ros |
La creación artística, como el resto del país, se ve truncada cuando la tensión y la guerra asoman. La última gran contienda bélica, la Operación Plomo Fundido en la Franja de Gaza –que costó la vida de más de un millar de palestinos y trece israelíes-, sacudió la rutina del centro. Cuando el ejercito israelí empezó la dura ofensiva sobre la Franja tras el continuo lanzamiento de proyectiles por parte de las milicias palestinas, los maestros organizaron un debate para analizar los hechos. Y fue desolador. Nadie se atrevía a hablar. Reinaba el silencio en el aula. El miedo a un enfrentamiento dialéctico se hacía patente. El primer sonido que se escuchó fue el llanto de una niña árabe que acababa de perder un amigo suyo en Gaza tras el bombardeo. Aissenberg, que tenía a uno de sus hijos destinado en un comando especial del ejército participando en la misión, tampoco sabía que decir. Simplemente, abrazó con fuerza a la niña y empezaron a llorar juntas.
Trazado de la barrera de separación cerca de Barta'a. Foto: Oliver de Ros |
A su vez, Aissenberg suele organizar constantes visitas guiadas por la zona donde está construida la barrera de separación entre Israel y Cisjordania, que sirven para presenciar en directo el recorrido original de la “Línea Verde”, las tierras anexionadas por Israel tras su implementación y algunas anomalías surgidas desde entonces. Como el pueblo árabe de Barta’a, dividido por el trazado original de la línea de armisticio y con administraciones diferenciadas: la parte oeste bajo responsabilidad israelí; la este gobernada por la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en la “área B”. Curiosamente, La zona este de Barta’a está bajo mandato de la ANP pero ha quedado situada al oeste del muro, en territorio israelí, por lo que cualquier ciudadano puede acceder libremente. De echo, Barta’a ha pasado a ser por este motivo un bazar con grandes gangas: las tiendas de segunda mano se amontonan, los vendedores ambulantes se abalanzan sobre los visitantes, los restaurantes suelen estar llenos y el tráfico humano y de vehículos es abrumador.
LA PRIMERA ESCUELA DE ÁRABE PARA ALUMNOS JUDÍOS EN ISRAEL
Givat Ha’viva alberga la escuela de lengua árabe más antigua de Israel, fundada en 1963, en la que participan conjuntamente alumnos judíos y gente procedente de todo el mundo. La premisa que la rige es que no es compatible aprender la lengua si no se complementa con una interacción directa con su cultura y sus gentes. Por ello, se creó el “Semestre de Árabe Intensivo”, en el que sus participantes acuden una vez a la semana al instituto de secundaria de la ciudad árabe de Baqa al-Gharbiya. El instituto está fuertemente influenciado por el Islam conservador, tendencia mayoritaria en la urbe. Las jóvenes van debidamente cubiertas, los muchachos siempre van vestidos de largo y se pide a los visitantes que respeten su indumentaria. La influencia religiosa no es incompatible con su reconocida enseñanza de calidad: el instituto es uno de los más prestigiosos de la región y ofrece avanzados cursos en ciencia, tecnología, matemáticas o inglés. Además, en los pasillos se respira un ambiente alegre y dinámico, y sus alumnos muestran gran interés por las constantes visitas de foráneos.
Profesora y alumna en los pasillos del instituto de Baqa al-Gharbiya. Foto: Oliver de Ros |
El objetivo de la visita de los alumnos del curso es mantener un contacto directo semanal con jóvenes árabes. De este modo, ponen en práctica lo que aprenden en el día a día y, además, intercambian impresiones sobre música, cultura o, simplemente, vivencias personales. Se organizan en las aulas pequeños corros en los que cada participante se rodea de varios estudiantes árabes y empieza el diálogo. Además, sirve para que sus interlocutores locales pongan en práctica su inglés. Gallit Kellner, una de las responsables del programa, considera que “es esencial, porqué el árabe escrito y el hablado son muy diferentes, y de lo contrario no serían capaces de ponerlo en práctica fluidamente”. Este es el rasgo diferencial de su programa, ya que de hecho la lengua árabe se puede estudiar en las grandes facultades de Haifa, Tel Aviv o Jerusalén, pero únicamente a nivel escrito. “Al no ser una universidad, podemos hacer cosas poco ortodoxas”, refiriéndose a su atípico plan de traer a sus alumnos al instituto.
La escuela de árabe de Givat Ha’viva también mantiene un elemento diferencial desde sus inicios, ya que los profesores son árabes. Este fenómeno es casi único, porqué normalmente, los judíos que aprenden la otra lengua son enseñados por un profesor hebreo; sucede lo mismo con los árabes que aprenden hebreo, normalmente enseñados por un profesor de su misma condición. En la escuela se establecen diferentes cursos para los múltiples sectores población inscritos: doctores, funcionarios, trabajadores sociales, guardias forestales o guías turísticos, entre otros. En general, estos oficios requieren un buen nivel de árabe por su necesidad de trabajar de cara al público.
Kellner, judía de origen yemení, aprendió árabe durante su servicio militar, ya que estuvo destinada en una unidad de inteligencia del ejercito israelí. Se dio cuenta de que las lenguas guardaban muchas similitudes y, en su opinión, le hizo comprender “que somos prácticamente la misma gente, con intereses similares, idénticas necesidades y sueños compartidos”. Cree que el aprendizaje de la lengua árabe le sirvió para acercarse y conocer al otro pueblo y certificar que “no son solo el enemigo”. Como dato curioso, apunta que antes de la Primavera Árabe muchos estudiantes extranjeros optaban por estudiar la lengua arábiga en países como Egipto o Siria, ya que consideraban que venir a Israel “era peligroso”. Tras los recientes sucesos y la incesante violencia que vive la región, el número de solicitudes para sus cursos ha aumentado considerablemente.
DOCUMENTACIÓN CLAVE PARA ENTENDER EL CONFLICTO
Ejemplar original del "Palestin post" de 1948. Foto: Oliver de Ros |
Uno de los rincones más interesantes del campus es la “Peace Library”. Renovada en el 2001, contiene múltiples libros, documentos, estudios y audiovisuales que explican los incontables factores que han condicionado el conflicto y la convivencia entre ambos pueblos. Entre tal marabunta de contenidos, hay una colección que llama especialmente la atención: el extenso archivo de ediciones originales del “Palestine Post”, diario árabe del siglo pasado. Sus números se almacenan en decenas de cajas de cartón viejas, y sus páginas amarillentas y sus desgastadas fotografías recogen múltiples acontecimientos de la rutina de la Palestina británica de los años 30 y 40 y la posterior creación del Estado de Israel. David Amatai, responsable de la librería, define la colección como “la herencia palestina, que refleja la expansión del sionismo y la interacción entre las dos comunidades, así como la cooperación que existía en ámbitos como la cultura, la educación, el arte o, simplemente, la cotidianidad”. El legado que albergan estas páginas es tan valioso que propició la visita del director de la Oficina de Información de la Autoridad Nacional Palestina, que a su vez sirvió para “iniciar una conversación sobre posibles campos de cooperación mutua”.
En el campus de Givat Ha’viva existe también un prestigioso espacio de investigación sobre el Holocausto, así como otro edificio dedicado al estudio del Movimiento Kibbutziano. De hecho, es complicado citar en un mismo relato todos sus ámbitos de actuación, pero su meta final acaba siendo la misma: promover la coexistencia y la paz en todo el territorio. La paciencia de sus integrantes es, en ciertos casos, admirable. Como la de Lydia Aissenberg, que recibe con los brazos abiertos constantemente a grupos de estudiantes, activistas o periodistas del extranjero y explica con detalle su historia personal –marcada por el antisemitismo que la forzó a huir de su Gales natal- y la perseverante actividad de Givat Ha’viva. Por su incombustible tarea, el centro recibió en 2001 el premio UNESCO por la Paz y, pese a que la resolución del conflicto está actualmente en un punto muerto, sus integrantes siguen creyendo en la importancia de “empezar por pequeños cambios para mejorar las cosas”.