Un grupo de sudaneses en Levinsky Street, Tel-Aviv. Foto: Oliver de Ros |
Parece África, pero estamos en el corazón de Israel. Inmóviles y contemplativos, pasan las horas esperando que algo distinto vaya a suceder a su alrededor. Son inmigrantes, la gran mayoría de origen africano, que huyeron de la miseria y las guerras de sus países de origen en busca de asilo político y un futuro mejor en el estado hebreo.
Aglutinados en esquinas, sentados en bancos e incluso agachados de cuclillas en el gran parque ubicado en la calle Levinsky de Tel Aviv, esperan día y noche a que alguien venga a ofrecerles un trabajo por horas de peones o basureros. Lamentablemente, son muchos y hay pocas vacantes libres. Tal como cuenta Mohamed, originario de Darfur (Sudán), aparece algún tipo con una furgoneta y les ofrecen un empleo de por unos 25 “shekels” (5 euros) por hora de trabajo, que no suelen ser más de tres. Mientras eso no sucede, siguen apostados en los mismos rincones, viendo como el ritmo frenético de la ciudad, con un abundante tráfico de viandantes, bicicletas y vehículos de toda clase, no se detiene ante ellos.
Mohamed, Tel-Aviv. Foto: Oliver de Ros |
A pesar de que él llegó en condiciones estables, el viaje fue una verdadera tragedia: de los cincuenta compañeros que iban en el grupo, tan sólo tres lograron cruzar la frontera entre Egipto e Israel, que tras la caída de Mubarak, pasó a ser tierra de nadie, donde contrabandistas y mafiosos gozan de total libertad de movimientos. Además, fueron estafados: les llegaron a cobrar unos quinientos dólares por llevarlos a pie por el camino “indicado”. Algunos fueron abatidos por las balas de los policías egipcios, que sin miramientos les dispararon para tratar de evitar que cruzaran al país vecino. Otros simplemente no pudieron ni intentarlo. No obstante, agradece el trato que recibió a su llegada por parte de los policías israelíes, que les ofrecieron “mantas, comida y medicamentos”.
Abalramah, Tel-Aviv. Foto: Oliver de Ros |
Tras media hora de conversación, quiso presentarnos a sus amigos y mostrarnos el humilde local donde a duras penas y en poco espacio duermen unas 120 personas. La zona posterior del parque estaba todavía más poblada, con gente reposando en el césped, las aceras e incluso los toboganes. Mientras, algunos conversaban con miembros de una ONG que acostumbra a ofrecerles asistencia.
Fue en el local dónde se presentó el que según Mohamed es el “líder”: Maxwell. Procedente también de Darfur, demuestra una gran personalidad al hablar, además de un gran sentido del humor. Su única intención, dice, es hacer una vida normal y “encontrar a alguien que me ame”. Nada más. Familia, amor y si la cosa da más, incluso un coche. “No se donde quiero estar, no se cual es mi destino, pero lo que sé es que quiero vivir en paz”, afirma, mientras otros compañeros suyos le muestran un gran respeto. Justo en ese instante, varios de ellos se hallaban en la cocina, preparando el almuerzo de las once a base de pan y arroz.
Aunque no disponen de pertenencias materiales y sus perspectivas de futuro son complicadas, no pierden la ilusión por vivir. Lo más sorprendente es su alegre sonrisa y su espíritu positivo. “Don’t worry, be happy”, pronuncia Maxwell refiriéndose al conocido estribillo de la canción de Bobby McFerrin, poco después que uno de sus amigos nos mostrara una herida de bala en la pierna provocada por los disparos de los policías egipcios. Muchos de ellos hablan un inglés claro y fluido y muestran un gran interés por conocer que sucede en otros lugares del planeta. Y, sobre todo, les encanta el fútbol: verlo en televisión y practicarlo, aunque se lamentan de no tener un terreno en condiciones donde organizar partidos callejeros.
Maxwell junto a sus compañeros cerca de Levinsky Street. Foto: Oliver de Ros |
Al final, Maxwell pronunció una frase sorprendente: “soy musulmán, pero tanto nosotros, como judíos y cristianos tenemos un solo Dios, el mismo, que nos trae todo lo bueno”.
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